domingo, 26 de junio de 2011
ρσ∂íα нαвєя ѕι∂σ уσ
viernes, 3 de junio de 2011
frєntє α lα muєrtє
No hay palabras para ello.
Es entonces cuando ves como toda tu existencia se desliza suavemente, como los granos de un reloj de arena.
Ves los errores, los aciertos, los momentos felices y los que no lo fueron tanto, la familia, los que se han ido, los que volvieron, los que están contigo, aquellos a los que no volviste a ver nunca más…
Y te preguntas si ibas por el camino correcto.
La muerte está cada vez más cerca, mientras empiezas a asumir completamente que tu hora ha llegado, a pesar de tu juventud, a pesar de tu felicidad, a pesar de que… a pesar de que un ser tan frágil como un bebé depende de ti para poder seguir con vida.
Es entonces cuando me niego a irme con ella, aferrándome a la vida con uñas y dientes.
Por mí, por mis hermanos, por mis seres queridos… por mis hijos.
La muerte se detiene, contemplándome con cierta indiferencia. Parece ser que mis repentinas e intensas ganas por seguir con vida la mantenían a raya…
Algo que me desconcierta profundamente.
- ¿Por qué te quedas ahí mirándome?
Ella ladea la cabeza, sin quitarme sus inmortales ojos de encima.
- No te llevaré conmigo si tú no quieres. No mientras tengas ganas y fuerzas para seguir viviendo… si no quisieras continuar, seguir adelante, ya no serías merecedora de lo que llevas dentro de ti, en tu corazón. Y, entonces, tendrías que venir conmigo -alza sus ojos oscuros, siniestros y eternos-. Es lo que ha impedido que mueras. Cuando pereciste bajo el yugo de tu enemiga, el poder que tienes en tu interior te reclamó… y yo te permití regresar, porque pensé que era lo mejor. Y por eso creo que no debo llevarte conmigo ahora.
» Además… ellos no quieren que te vayas.
Su pálido rostro muestra una fría y suave sonrisa…
Y, paulatinamente, todo se apaga a mi alrededor.
viernes, 6 de mayo de 2011
єтєяиι∂α∂

Sus ojos azules quedaron esculpidos para siempre, inmortales y eternos como una estatua de alabastro.
Su expresión, intacta, aterida en el tiempo y en el espacio.
Su dolor, palpable a pesar de que sus labios, fríos, ya habían probado el sabor de la muerte.
Una muerte a la que había recibido con gran dicha.
Su vida había sido una prisión. Un continuo camino entre cárceles, unas materiales, otras que arañaron su alma. Su habitación había sido su único santuario y, su única compañía, la invisible y silenciosa soledad.
Al salir a la calle, su mismo cuerpo era su cárcel, su encierro.
Estaba solo.
No había una caricia, un gesto, una simple mirada, algo de cariño… solo compasión. Y la compasión no ayudaba. Solo lo hundía aún más en la oscuridad de su cautiverio.
Porque la compasión no le otorgaba alas para poder volar.
Trató de abrirse a los demás, de dar para poder recibir… pero nunca llegó a saber qué era lo que hacía mal.
Solo estaban él y su soledad.
Así transcurrieron los días. Rostros desconocidos, miradas vacías, calles oscuras y noches desesperadas, con la almohada bañada por las lágrimas.
Las primeras luces del sol no eran una promesa de vida, sino el anuncio de una jornada más en aquel yermo desierto de sufrimiento.
Un tormento silencioso, horrible, lento, aplastante.
Intentó seguir, por el único ser “querido” que tenía. Pero ni siquiera éste le dedicaba un solo gesto de cariño, de amparo, de ternura… solo golpes, más dolor, rencor, insultos. Un círculo vicioso sin retorno.
Hasta que una bala puso fin a todo.
Y su cárcel se hizo aún más pequeña.
Paulatinamente, la fuerza y las pocas ganas de vivir que le restaban cedieron a la desesperación y a la soledad. Y, una noche bañada por la luz de la luna llena, las lágrimas que se deslizaban por sus mejillas se congelaron sobre su piel, tiñendo sus oscuros ojos del color del hielo más glacial.
Y la muerte acudió a buscarlo, en forma de mujer. Sin azada, sin capa oscura, sin manos esqueléticas, sin el aliento gélido de su inmortal boca.
Ella, hermosa, envuelta en un níveo y hermoso vestido, resplandeciente.
Tal y como él la recordaba.
Ella lo arropó con dulzura entre sus brazos, como solía hacer cuando él era tan solo un bebé. La calidez y el cariño que ya había olvidado, que tanto había echado en falta, colmaron su pecho.
Por primera vez se sintió libre, pleno, satisfecho…
Feliz.
Y sus labios, después de mucho tiempo, se torcieron en una sonrisa, mientras sus ojos azules se vaciaban hasta quedar completamente muertos.
Y así, su gesto, su cuerpo, su sonrisa…
Quedaron intactos para toda la eternidad.
martes, 26 de abril de 2011
Sueño Eterno
No tenía nada. Absolutamente nada. Cuando fue verdaderamente feliz en sus fantasías, cansado de la crueldad de la vida, decidió vivir sus sueños y soñar su día a día...
Para reunirse con ella.
Y, cuando la muerte vino vestida de blanco, acompañado por ella, él sonrió, con los brazos abiertos.
Había llegado el momento de dejar de soñar para vivir en un sueño eterno.
miércoles, 6 de abril de 2011
Infinito como el Mar


miércoles, 30 de marzo de 2011
Ángel sin plumas

sábado, 19 de marzo de 2011
Blanco

Blanco.
Todo es blanco.
Estás rodeado por una blancura inmaculada, en la que solo existe la paz y tranquilidad.
Silencio.
No se oye nada más que el lento y calmado latir de tu corazón, y el sonido de tus pulmones al llenarse de aire y vaciarse a un ritmo acompasado.
Calma.
Cierras los ojos, disfrutando de la dulce sensación de no recordar nada, de sentir solo felicidad…
Vacío.
No hay nada en tu mente, nada que te perturbe ni te atormente. Solo esa calma que te apacigua y te hacer sentir bien.
Descanso.
Mueves cada uno de tus músculos, intentando recuperar la sensibilidad en todo tu cuerpo, rozando con suavidad esa blancura que te rodea, y que está iluminada por una tenue y suave luz cada vez más intensa.
Te estiras.
Y es cuando todos tus músculos comienzan a ser conscientes de que vuelven a estar vivos.
Recuerdos.
Cada uno de ellos regresa cada vez con mayor claridad en tu mente, empezando por aquellos momentos más felices de tu vida.
Y la felicidad aún sigue latiendo en ti.
Y es entonces cuando, al recuperar cada uno de tus recuerdos y ser consciente de que estás despierto de nuevo, el silencio se rompe en mil pedazos.
La alarma suena.
Un nuevo día ha comenzado, y debes abandonar esa paz de tu cama para poder vivirlo.
Pero tranquilo…
Mañana podrás volver a sentir la misma inocente felicidad que había inundado tu corazón hacia apenas unos segundos.