martes, 8 de enero de 2013

Koishiteru



—Te quiero –murmuré, cuando recuperé el aliento.
     —Koishiteru –respondió él, con una amplia sonrisa.
     Fruncí el ceño levemente. Había oído aquella palabra con anterioridad pero… ¿dónde? ¿Y qué significaba?
     —Es japonés, ¿verdad?
     Su sonrisa se hizo más pronunciada. Estaba tan atractivo… le aparté delicadamente un mechón de pelo de la frente, esperando su respuesta.
     —Sí. ¿Sabes qué significa?
     —Espero que nada malo –sonreí, con las mejillas sonrojadas.
     Él acarició el rubor de mi piel con sus pulgares, sin borrar su alegre y dulce mueca.
     —En japonés, hay diversas formas de decir “te quiero” –explicó-. “Daisuki” para dirigirse a la persona que te gusta y a tus amigos; “Ashiteru”, cuando tienes una relación seria con una persona especial…
     Guardó silencio, y su expresión se tornó pícara, traviesa.
     —¿Y que hay de “Koishiteru”?
     —Te dije una vez que te daría un euro por tus pensamientos, y tú me dijiste que no era suficiente. Y tenías mucha razón. Ahora, por los míos…
     Me acomodé frente a él, sobre su regazo, con una pierna a cada lado de su cuerpo. Acaricié su cuello muy despacio.
     —¿Qué es lo quieres?
     —A ti –comenzó a besarme en la frente, siguió por mi sien y bajó en una lenta caricia por mi perfil y mi cuello, hasta mis hombros-. Solo a ti.
     Lo abracé con ternura, mientras él cobijaba su rostro contra mi pecho y abrazaba mi cintura.
     —Siempre –exhalé, despacio, contra su pelo-. Pero antes debes explicarme lo de “Koishiteru”.
     Su sonrisa pareció grabarse a fuego contra la piel de mi escote, y yo me vi contagiada por su alegría. Era una situación tan normal, tan feliz…
     Que parecía mentira que, unos días antes, me hubiera despertado con un dolor intenso corriendo como un eco palpitante y lejano en mis venas.
     Finalmente, respondió, aún con los labios pegados contra mi pecho, deteniendo por completo mi corazón, y haciéndome sentir la mujer más feliz de la tierra.
     —Se utiliza para dirigirse a la persona con la que deseas pasar el resto de tu vida.

miércoles, 18 de enero de 2012

Mi Paraíso

Cómo disfrutaba acudiendo a mi refugio favorito para poder disfrutar de lo que más me gustaba. Cada día aguardaba impaciente a que el mundo y su rutina me dejaran libre para poder cobijarme en el lugar en el que, a pesar de no estar completamente sola, me sentía alejada de todo, sin problemas, sin dilemas. Y feliz. Muy feliz.

Porque allí, en aquel paraíso privado, no tenía límites.

Podía alcanzar cualquier paraje que deseara conocer, sin importar su existencia o no en el mundo real. Tanto los jardines más bellos como las tierras más inhóspitas estaban a mi alcance en aquel pequeño refugio.

Durante horas, me dedicaba a sobrevolar miles de territorios, estudiándolos minuciosamente, procurando memorizar todos y cada uno de los detalles y enigmas que pasaban ante mis ojos.

Me daba lo mismo que éstos fueran hermosos o terribles. Yo solo pedía que fueran nuevos. Que me ofrecieran algo con lo que poder saciar mi curiosidad cada día.

No importaba el tiempo que pasara allí, porque apenas era consciente del paso de los segundos, de los minutos, de las horas... Hasta que me veía obligada a abandonar mi pequeño Jardín del Edén.

Después de encontrar un lugar que me llamara la atención, después de conocer aquellos lejanos entornos, me concentraba en las criaturas que habitaban en su interior.

Fantásticos o reales, todos aquellos seres despertaban en mí el deseo de seguir adelante, de descubrir sus más íntimos secretos, sus anhelos más profundos, sus más intensos instintos.

Trataba de buscar algo de belleza y misterio, algo más allá de su apariencia o de sus acciones. Daba igual que parecieran dulces o desagradables, yo siempre llegaba hasta el final. Jamás me echaba atrás.

Porque, después de saberlo todo acerca de ellos, después de haber exprimido satisfactoriamente hasta el más mínimo rincón de su alma…

Empezaba el banquete final.

Me divertía devorando a aquellos seres diminutos que caminaban sobre mis manos, ajenos al hecho de que yo era capaz de manejarlos y cambiar sus vidas a mi antojo, sin tapujos, sin reglas, sin nadie que me criticase o influyese en mi opinión.

Me sentía libre, como una deidad, sin límites mundanos que determinasen mis acciones o mis deseos.

Solo estábamos mis víctimas y yo.

Tras manipular sus vidas una vez, nunca volvía a utilizar el mismo patrón. Nunca recurría a los mismos métodos. Me gustaba experimentar cosas nuevas y comprobar cómo reaccionaban las diversas víctimas que llegaban a mis manos.

Eso sí: siempre procuraba que fuera un proceso lento, muy lento. Saboreaba cada lágrima de dolor, cada momento de felicidad, cada sentimiento y experiencia que pudieran sentir hasta que yo lo consumía por completo, hasta que no quedaba ni rastro alguno que pudiera delatarme ante el resto del mundo.

Y todos y cada uno de ellos quedaban grabados a fuego en mi memoria. Jamás olvidaba sus nombres, sus caras, sus problemas y alegrías, sus seres queridos, sus miedos, sus sueños. Pero, sobre todo, lo que jamás olvidaba era su final. Aquel punto culminante en el que yo me sentía rebosante de satisfacción y placer pero, sobre todo, de poder.

Porque ese final hacía que todos aquellos seres pasaran a formar parte de mí, al igual que aquellos que los habían creado y que, sin darse cuenta, habían contribuido a aquella espiral de deseo y malicia que corría por mis venas y hacía que, cada tarde, cada día, acudiera puntualmente a mi cita.

Allí, en la biblioteca, arropado por los libros, sus conocimientos, historias, personajes y pensamientos; allí, en aquel paraíso, era quien quería ser. Sin barreras, sin tapujos, sin vetos. Disfrutaba siendo aquello que no podía ser fuera de aquel paraje. Disfrutaba siendo libre.

Por eso me gustaba tanto.

domingo, 26 de junio de 2011

ρσ∂íα нαвєя ѕι∂σ уσ

http://www.pysnnoticias.com/2011/06/20/bullying-la-violencia-escolar/


Hace unas semanas, vi un capítulo de la serie Física o Química en el que un chico, cansado de las burlas y humillaciones de sus compañeros, decidió coger una escopeta y demostrar que valía más que ellos.

"Ciencia ficción" quizás piensen algunos.

Y ojalá lo fuera. Y el caso es que yo, en el fondo, entendía a ese personaje. Incluso tuve un siniestro y fugaz pensamiento.

¿Habría sido tan sencillo? Humillar a aquellos que me habían hecho daño solo por ser como soy... Limitarme a apuntar, a asustar y pisotear con la ayuda del temor a la muerte.

Pero no lo hice. y la verdad es que nunca se me pasó por la cabeza alguna idea como esa.

Igualmente, dolía, y eso que no me trataron tan pésimamente como a otros que corren peor suerte.

Por eso cada vez que veo casos de acoso y violencia, lloro.

Porque, en cierto modo, en parte sé lo que se sufre.

Por eso cada vez que veo noticias sobre una matanza a manos de alguien como yo, alguien que acabó por estallar violentamente, lloro y lo compadezco.

Porque, en otras circunstancias, esa persona que empuñaba el arma podía haber sido yo.

Era una niña alegre, que no temía al "qué pensarán". No tenía reparos en ir a un campamento sola, ni decir lo que pensaba en voz alta. Por ser diferente, por ser débil, se mofaron de mí, muchas veces creyendo que no me daba cuenta de ello.

Y callé. Guardé silencio. Y fui cayendo en mi propia trampa. unos huyen a través de la violencia, otros a través de la muerte... yo lo hice a través de la soledad. Me encerré en mí misma, temiendo molestara los demás solo por estar ahí. Solo porque pensaba que podía ser una molestia para ellos, que era la que sobraba, que no servía para nada.

A ti, si nunca has sufrido esto, te envidio, y deseo que nunca tengas que pasar por algo así.

A ti, si lo has sufrido o lo estás padeciendo, te mando todo mi apoyo. Seguramente pensarás que no sirve de nada. Pero te digo una cosa: tú vales mucho, y algún día encontrarás tu sitio, un lugar en el que tengas gente que te quiera y te valore de verdad. Jamás pierdas la esperanza. Dicen que lo que no te destruye te hace más fuerte, y lo cierto es que yo, aún hoy, estoy intentando saltar los inmensos muros que han colocado en mi camino.

Quizás el escribir esto sea un paso importante para poder saltar.

Un día creí que no tenía a nadie, pero me he dado cuenta de que, incluso los pequeños gestos pueden llegar a hacer grandes cosas.

Y sí, puedo decir muchas cosas. Pero si los que sufrimos a manos de otros, ya sea física o psicológicamente, ya sea en silencio o a gritos, no mantenemos la esperanza, no encaramos la vida con una sonrisa, no aceptamos que realmente valemos más de lo que otros puedan pensar, no hay nada que hacer. Y sé también que eso no es nada fácil.

Porque os lo dice alguien que estuvo mucho tiempo sin sonreír de verdad, sin poder ser quien es realmente. Quien pensó, y todavía piensa en ocasiones, que es una mierda.

viernes, 3 de junio de 2011

frєntє α lα muєrtє

Cómo explicar a qué sabe el dulce contacto con la muerte… cómo describir las sensaciones que te embargan cuando estás tan cerca de ella, cuando sientes su fría mano acariciando tu rostro… su indescriptible aliento recorriendo tu piel, tan plagado de historias, de vidas, de finales...

No hay palabras para ello.

Es entonces cuando ves como toda tu existencia se desliza suavemente, como los granos de un reloj de arena.

Ves los errores, los aciertos, los momentos felices y los que no lo fueron tanto, la familia, los que se han ido, los que volvieron, los que están contigo, aquellos a los que no volviste a ver nunca más…

Y te preguntas si ibas por el camino correcto.

La muerte está cada vez más cerca, mientras empiezas a asumir completamente que tu hora ha llegado, a pesar de tu juventud, a pesar de tu felicidad, a pesar de que… a pesar de que un ser tan frágil como un bebé depende de ti para poder seguir con vida.

Es entonces cuando me niego a irme con ella, aferrándome a la vida con uñas y dientes.

Por mí, por mis hermanos, por mis seres queridos… por mis hijos.

La muerte se detiene, contemplándome con cierta indiferencia. Parece ser que mis repentinas e intensas ganas por seguir con vida la mantenían a raya…

Algo que me desconcierta profundamente.

- ¿Por qué te quedas ahí mirándome?

Ella ladea la cabeza, sin quitarme sus inmortales ojos de encima.

- No te llevaré conmigo si tú no quieres. No mientras tengas ganas y fuerzas para seguir viviendo… si no quisieras continuar, seguir adelante, ya no serías merecedora de lo que llevas dentro de ti, en tu corazón. Y, entonces, tendrías que venir conmigo -alza sus ojos oscuros, siniestros y eternos-. Es lo que ha impedido que mueras. Cuando pereciste bajo el yugo de tu enemiga, el poder que tienes en tu interior te reclamó… y yo te permití regresar, porque pensé que era lo mejor. Y por eso creo que no debo llevarte conmigo ahora.

» Además… ellos no quieren que te vayas.

Su pálido rostro muestra una fría y suave sonrisa…

Y, paulatinamente, todo se apaga a mi alrededor.

viernes, 6 de mayo de 2011

єтєяиι∂α∂


Sus ojos azules quedaron esculpidos para siempre, inmortales y eternos como una estatua de alabastro.

Su expresión, intacta, aterida en el tiempo y en el espacio.

Su dolor, palpable a pesar de que sus labios, fríos, ya habían probado el sabor de la muerte.

Una muerte a la que había recibido con gran dicha.

Su vida había sido una prisión. Un continuo camino entre cárceles, unas materiales, otras que arañaron su alma. Su habitación había sido su único santuario y, su única compañía, la invisible y silenciosa soledad.

Al salir a la calle, su mismo cuerpo era su cárcel, su encierro.

Estaba solo.

No había una caricia, un gesto, una simple mirada, algo de cariño… solo compasión. Y la compasión no ayudaba. Solo lo hundía aún más en la oscuridad de su cautiverio.

Porque la compasión no le otorgaba alas para poder volar.

Trató de abrirse a los demás, de dar para poder recibir… pero nunca llegó a saber qué era lo que hacía mal.

Solo estaban él y su soledad.

Así transcurrieron los días. Rostros desconocidos, miradas vacías, calles oscuras y noches desesperadas, con la almohada bañada por las lágrimas.

Las primeras luces del sol no eran una promesa de vida, sino el anuncio de una jornada más en aquel yermo desierto de sufrimiento.

Un tormento silencioso, horrible, lento, aplastante.

Intentó seguir, por el único ser “querido” que tenía. Pero ni siquiera éste le dedicaba un solo gesto de cariño, de amparo, de ternura… solo golpes, más dolor, rencor, insultos. Un círculo vicioso sin retorno.

Hasta que una bala puso fin a todo.

Y su cárcel se hizo aún más pequeña.

Paulatinamente, la fuerza y las pocas ganas de vivir que le restaban cedieron a la desesperación y a la soledad. Y, una noche bañada por la luz de la luna llena, las lágrimas que se deslizaban por sus mejillas se congelaron sobre su piel, tiñendo sus oscuros ojos del color del hielo más glacial.

Y la muerte acudió a buscarlo, en forma de mujer. Sin azada, sin capa oscura, sin manos esqueléticas, sin el aliento gélido de su inmortal boca.

Ella, hermosa, envuelta en un níveo y hermoso vestido, resplandeciente.

Tal y como él la recordaba.

Ella lo arropó con dulzura entre sus brazos, como solía hacer cuando él era tan solo un bebé. La calidez y el cariño que ya había olvidado, que tanto había echado en falta, colmaron su pecho.

Por primera vez se sintió libre, pleno, satisfecho…

Feliz.

Y sus labios, después de mucho tiempo, se torcieron en una sonrisa, mientras sus ojos azules se vaciaban hasta quedar completamente muertos.

Y así, su gesto, su cuerpo, su sonrisa…

Quedaron intactos para toda la eternidad.

martes, 26 de abril de 2011

Sueño Eterno

No tenía nada. Absolutamente nada. Cuando fue verdaderamente feliz en sus fantasías, cansado de la crueldad de la vida, decidió vivir sus sueños y soñar su día a día...

Para reunirse con ella.

Y, cuando la muerte vino vestida de blanco, acompañado por ella, él sonrió, con los brazos abiertos.

Había llegado el momento de dejar de soñar para vivir en un sueño eterno.

miércoles, 6 de abril de 2011

Infinito como el Mar

Sientes que todo se hunde a tu alrededor. Muestras tu típica máscara de falsa felicidad cuando te encuentras a un conocido por la calle. Y cuando él pasa, vuelve a caer sobre ti esa pena que te come por dentro.

Tu ángel te dice que no es importante, que no hagas
caso de lo que dicen los demás. Pero él es inmortal, un ser por encima de ti y de cualquier otra persona. Un ser que no está atado a los temas y dolores mundanos. Un ser al que parece que no le importas tanto como pensabas.

Subes a casa, levantando con dificultad el peso del dolor que llevas dentro, bajo la atenta mirada de tu ángel.

No hay nadie en casa. En el fondo te alegras de que no te vean sufrir. No esperas a llegar a tu habitación. Tu alma y tus ojos llevan tiempo deseando expulsar lo que llevas dentro y, rendido, caes al suelo, recordando cada una de las imágenes que has visto, cada una de esas palabras hirientes que tanto daño te han hecho.

Tu ángel se inclina junto a ti, frotando tu espalda, con dulzura. El contacto con él te agrada pero, es tal el sufrimiento que padeces, que resulta un pobre consuelo para ti.

Y piensas lo de siempre: ¿por qué a mí? ¿Qué le he hecho yo al mundo? Y estás allí tirado, hasta que el sueño te vence o hasta que tus ojos ya no pueden expresar lo que sientes con unas cuantas lágrimas.

Tanta es tu pena, que incluso llegas a pensar en marcharte de allí. Crees que todos estarán mejor sin ti, que ya no tienes cabida en este mundo. Que puedes escapar de todo esto con un simple paso al frente…

Tu ángel niega con la cabeza. “No es lo correcto” dice, con su rostro pétreo.

Ese ángel para el cual tu dolor es solo una simple palabra.

Pero ahora no piensas, solo te dejas arrastrar por la pena que tanto llevas soportando… soledad, silencio, críticas, desesperación… hace tiempo que las paredes de tu habitación se han estrechado, hace tiempo que esperas que alguien te ayude a conseguir que tu remanso de paz, tu habitación, no se convierta en una cárcel para ti.

Tú ángel lo ha intentado pero crees que no te entenderá jamás. Al fin y al cabo, es un ángel, ¿no?
Escribes una nota desesperada a tus padres, diciendo que te marchas, que ya no volverás jamás, que estarán mejor sin ti, y que no podrán seguirte a donde vas. Tu ángel intenta detenerte, pero es un ser casi inmaterial que apenas puede empujarte y al que solo tú puedes ver.

Aún así, vas a las proximidades del mar, esperando poder encontrar otra salida mejor que esa… no obstante, incluso tu mente se ha estrechado, centrándose solo en un acantilado…

El mar… es lo único que te calma… cualquier lugar donde haya agua es lo mejor para ti… tan escurridiza, tan indiferente, tan… poderosa… y solo piensas en unirte a ella para siempre…
Y perderte en su inmensidad.

Tu ángel está cada vez más alterado. Se coloca frente a ti, intentando disuadirte. Pero ya es demasiado tarde.

Das con dificultad ese paso al frente, mientras tu ángel grita tu nombre…

Al llegar al agua, aún sigues con vida… sientes, pero no piensas… durante tu caída te has golpeado con algunas rocas, y estás herido… no te molestarás en luchar.

¿De qué serviría? ¿No es esto lo que querías?

Tus sueños, tu vida, tu familia, tus sacrificios… desaparecen como el hielo bajo el calor del sol… con lentitud, con dolor… incluso aquí, en el agua, cuando ésta te presiona y comienza a nublar tus sentidos, brotan lágrimas que se funden con la inmensidad del agua.

Empiezas a recordar… muchas veces, todos tus amigos, familiares, incluso tu ángel…
han estado a tu lado, aunque en ocasiones te hayas sentido apartado… intentas luchar por última vez y, cuando ya lo das todo por perdido, cuando tu cuerpo ya no responde y tu vista se nubla… una mano agarra la tuya, con fuerza, como si temiera que se resbalase entre sus dedos…

Y jamás te volverá a soltar.

Todos te abrazan con fuerza, temiendo perderte de nuevo… esa persona que te ha salvado la vida, es esa que lo intenta hacer siempre… y por la cual tú estarías dispuesto a darlo todo.

Tu ángel está allí, a tu lado, sonriendo de alivio. Ha llegado a tiempo. Su tez está completamente pálida, al igual que ese halo de grandeza que le suele rodear...

Y lo comprendes.

Tal ha sido su esfuerzo, sus ganas de salvar tu vida... que no ha dudado en emplear todo su poder para volverse material y avisar a tus seres queridos acerca de tu locura...
Solo entonces comprendes cuanto te apreciaban todos, cuántas cosas habrían dado por ti, cuánto te necesitan junto a ellos…
¿Qué harían sin ti? Es más... ¿qué harías tú sin ellos?
Y de camino al hospital, tus seres queridos, que desde hacía tiempo no te abrazaban con tanta fuerza, no te sueltan en todo el camino, con la cara inundada de lágrimas, y las manos temblorosas… ellos curaran tus heridas… TODAS…
Tu ángel te quiere tanto como ellos. Siempre te ha querido. Él sonríe, a tu lado, al ver que todo lo que tu corazón había sangrado, desaparece poco a poco bajo el calor de un amor infinito… como el mar.